viernes, 10 de septiembre de 2010

Los medios de comunicación y la escuela


Alumnos de la carrera de Lengua del IES Santa María.
Estos alumnos estan trabajando con las TIC en la materia PROBLEMA DEL MUNDO CONTEMPORANEO. Trabajando el tema los medios de comunicación y su presencia en la escuela.

Los medios de Comunicación

Con respecto a esta realidad en la cual estamos insertos, podemos destacar acontecimientos y realidades que impactan a nivel nacional, y en muchos de los casos en nuestra región. Situaciones de concentración y monopolio de los medios de comunicaciones por partes de capitales nacionales como internacionales, en el caso de Argentina el grupo CLARIN, NACION y en mi departamento el Video Cable de propiedad privado. El proceso de descentralización conocido por todos como el proceso de GLOBALIZACION cambió varios conceptos, como ser el de espacio , poder, autoridad , familia , escuela, merito , conocimiento etc. Estamos presenciado poco a poco la desaparición forzada del Estado de Bienestar que caracterizo a la argentina de la segunda mitad de siglo XX.
En la Argentina de hoy vemos que grupos económicos, en este caso de los medios de comunicación concentran los servicios de TELEFONIA, CABLE, DIARIOS, INTERNET, a través de la concesión favorable de la autoridades de turno. Por ejemplo la privatización de ENTEL en la década del 90 y entregada TELECOM Y TELEFONICA en condiciones irrisoria y en un total desinterés por los intereses de la república. Estos grupos en el presente marcan en la mayoría de los casos la agenda mediática como así también política y social de los argentinos.
Esta realidad lleva a que el poder que alguna vez provenía de la posesión de los medios de producción ahora pasa por el acceso a la información, son los dueños de la patentes y los generadores de opinión los que se ostentan el poder, en la escuela podemos verlo en la constante alusión a lo mediático para responder a diferentes problemas planteados.
Hoy el espacio ya no es el ámbito físico, el concepto de espacio trasciende lo real, genera la desaparición de la identidad y aparecen diferentes centros los que desorienta a las personas. Recibimos de todas partes del mundo servicios y objetos e ideas sin poder identificar su origen.
Dentro de esta descentralización o mejor dicho globalización se encuentra la escuela, navegando en un mar de incertidumbre, donde todo lo establecido es cuestionable, la institución educativa trata por todos los medios transmitir ideas, formas y conceptos con fuertes sustentos racionales frente a sujetos empapados cada vez más en lo inmediato, lo pasional y lo mediático.
Nuestra función y responsabilidad como docentes es mantener la tea prendida, ante esta tormenta que tan solo nos deja ver el árbol, debemos familiarizarnos en el uso racional de los medios de comunicación entendidos como de EDUCACION, para no caer en el facilismo de usar el camino más cómodo y conveniente.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Los medios de comunicación.


Comparto en este espacio el texto de Jose Joaquin Bruner , para su estudio y posterior comentario.


Medios, modernidad, cultura

La irrupción de los nuevos medios de comunicación en América Latina, sobre todo de la televisión, está en la base de una completa reorganización de nuestras culturas y sus estructuras tradicionales de sustentación. Mientras otras sociedades accedieron a la modernidad sobre la base de la palabra escrita y su correlato en la educación universal y obligatoria, en América Latina estamos incorporándonos a ella conjugando imágenes electrónicas con analfabetismo; escuela incompleta y atrasada simultáneamente con una intensa internacionalización del mundo simbólico de masas.
La modernidad europea nació en cierta medida de la crítica: crítica de la religión, del poder absoluto, de la cultura estamentaria. En ella reverbera el alma de Mefisto (Goethe): “yo soy el espíritu que niega...” La tecnología de la escritura libera por fin a la palabra de la autoridad tradicional del hablante y configura el reino de la razón como opuesto al dominio ritual de la palabra consagrada. El círculo mágico de la transmisión oral se rompe y da lugar así al argumento escrito, al cálculo, a la reflexión articulada y
hace posible, recién entonces, la crítica radical del sermón.
Sin escritura no hay desmontaje del discurso hablado del poder. En su origen moderno, como fenómeno de escuela y por ende en vías de masificación, la escritura -qué duda cabe- es un fenómeno “progresista”. Hace posible la sospecha, abre un hueco para la razón. Por primera vez, como señala Gouldner, con ella se pone socialmente el problema de la significación y se vuelven necesarias las ideologías.
La escritura como medio de comunicación crea pues una cierta forma específica de modernidad en la cultura. A esa forma pertenecen, entre otros, la crítica, el despliegue incesante de la racionalización, la competencia de interpretaciones, las propuestas públicas de organización de significados (ideologías) y la educación escolarizada. Al mismo tiempo, la escritura redistribuye el acceso al conocimiento y, por ende, las relaciones entre saber y poder. El intelectual moderno y su estrato, en continua expansión, son productos de la escritura, igual como la emergencia del campo científico y la formación de un espacio donde se expresa la opinión pública.
II
En América Latina las formas de dominación tradicional se apoyaron habitualmente sobre el control ejercido por medio de la palabra hablada, mandada, ritualizada. La dominación de tipo oligárquica, paternalista y autoritaria estuvo siempre envuelta en las convenciones del silencio y la subordinación; en la radical desigualdad de las oportunidades de hablar; en la supresión del argumento y la limitación de la crítica al interior de los círculos letrados. La escritura no fue entre nosotros el vehículo de la crítica sino, por el contrario, la razón de Estado. Se materializó preferentemente en leyes, decretos y reglamentos. Lo ha dicho Octavio Paz: aquí entre nosotros no tuvimos ni ilustración, ni reforma religiosa, ni revolución industrial. Agreguemos:apenas tuvimos escuelas y la educación no llegó a ser, hasta bien entrado el siglo XX, la base de nuestras culturas nacionales. Todavía en 1950, las tasas de analfabetismo
alcanzaban en algunos países a más de la mitad de la población de 15 años y más (Brasil, Perú) o se situaban entre un tercio y la mitad de esa población (Colombia, México, Ecuador). Ese mismo año, la tasa bruta de escolarización primaria alcanzaba en la región apenas al 47,9 por ciento, la de educación media a 6,9 por ciento y la universitaria a 1,9 por ciento.
La incorporación de la modernidad se ha presentado pues en la cultura de América Latina como un fenómeno tardío que, para la gran mayoría de los países, recién despliega con posterioridad a 1950, combinando los siguientes elementos:
- Escolarización básica extendida pero de pobre calidad,
- Escolarización media selectiva de orientación mesocrática,
- Masificación abrupta de la enseñanza terciaria en función de la distribución de certificados educativos,
- Acceso correlativo y masivo a la televisión, especialmente después de 1970.
Nuestra modernidad no se funda, por lo mismo, en el “espíritu que niega” ni en el desarrollo de una vasta empresa educacional que desemboca en la industria del conocimiento y de la información. Accedemos a ella, de pronto y en el mismo acto, junto con la conformación de una peculiar cultura de masas, la cual es heterogéneamente escolarizada, orientada por los valores de una clase media esencialmente conservadora y miméticamente burguesa, altamente internacionalizada a la vez que anclada en los motivos y estructuras de una tradición ritual, hablada, folklórica y despegada de la moderna esfera de la producción y del trabajo. La modernidad europea fue ideológica y política, protestante, nacional, capitalista y a su paso disolvió todo el mundo tradicional bajo el peso de la gran transformación introducida por la revolución del mercado. Marx, en el Manifiesto Comunista, escribió las páginas definitivas sobre la dinámica creativa y destructiva de esa radical modernización del universo cultural, económico y político de Europa. La modernidad que estamos empezando a vivir en América Latina tiene poco que ver todavía con las fuerzas innovativas endógenas del capitalismo periférico, aunque se encuentra propulsada, en parte, por la expansión del mercado internacional. Somos receptores de la modernidad; no sus hacedores originales. No estamos bajo el signo de Fausto, símbolo de la modernidad según el fino análisis de Marshall Berman. La modernidad precede aquí al desarrollo, no lo acompaña. Pero esa modernidad, a la vez, se despliega desde la cultura a las masas y llega a ellas a través de la comunicación televisiva.
En vez de fundar un espacio público de ciudadanos, como hizo la escritura, la televisión organiza el espacio privado de los consumidores. Lejos de todo puritanismo, la televisión en cambio establece su afinidad con la cultura visual, imaginativa, pictórica y ritual del catolicismo. No da lugar al cálculo y al argumento sino a la identificación y a la proyección. Si la escritura desemboca en las estrategias del argumento y en la sospecha frente al discurso, la televisión en cambio conduce a la comunidad de percepciones y a la construcción de un imaginario sincrético. Consagra el poder de las imágenes y las “neutraliza”. La escritura moderna está al lado del principio de la realidad; las tecnologías de la comunicación electrónica están de parte del principio del placer.
III
En realidad, el problema de los medios técnicos de la cultura ha sido, a lo largo de la historia, el problema propio de la cultura como organización y como forma. Los mensajes de la cultura han sido siempre, en un nivel “estructural”, determinados por la gramática de los medios. Mac Luhan sólo nos recordó que la tierra giraba en torno del sol, y no al revés. Históricamente, además, durante el despliegue del capitalismo en el centro, las cuestiones de la cultura han estado relativamente subordinadas al desarrollo de las fuerzas productivas. La cultura de masas ha sido, en tal sentido, un epifenómeno. Un producto combinado de la ciudad, la industria, la educación y el conocimiento aplicado a la revolución de los medios técnicos de producción simbólica. América Latina, en cambio, nos muestra un proceso inverso. Aquí la cultura de masas irrumpe tardía pero anticipadamente: se adelanta, en efecto, a la universalización del trabajo, al predominio del modo industrial, incluso a la urbanización y la escolarización extensivas. La cultura de masas, en vez de ser un epifenómeno y un resultado endógenamente gestado, aparece pues como una condición exógenamente producida pero a la vez determinante para nuestro desarrollo. Allí reside la paradoja de nuestra modernidad: sin crítica ni medios que sublimen, tenemos sin embargo que hacer la gran inversión de energías que requiere el desarrollo. Exentos de realismo, disciplina puritana, aprecio por la razón estratégica y una noción de ciudadanía pública combinada con el sentido individualista de la existencia en el mercado, tenemos si
embargo que crear los “sustitutos funcionales” que nos permitan hacer la enorme acumulación y transformación “faustiana” que exige el desarrollo. Para ello no nos queda otra solución que tomarnos en serio nuestra cultura de masas y los medios técnicos en que ella se funda -sobre todo la televisión y crecientemente la escuela y la universidad con el fin de operar, desde ella, las transformaciones que sean requeridas y nos garanticen (con urgencia) las estructuras motivacionales, de comportamiento y valores necesarios para producirnos como sociedades desarrolladas.
IV
No tengo mucho más que decir. Me doy por satisfecho si acaso he puesto unos pocos argumentos que pudieran servir para discutir y actuar fuera de los cánones en que nos hemos habituado a discurrir sobre estos temas. Para decirlo provocativamente: hay un “macondismo” que nos pierde. Consiste en sugerir que vivimos una realidad mágica y perversamente maravillosa, donde la leyenda nos mantiene en la impotencia y las utopías nos permiten soñar y fracasar con dignidad. Frente a la televisión y a lo que viene con ella, el “macondismo” es alternativamente “apocalíptico”, cuando acusa a los medios de manipular la conciencia y someterla a la banalidad, e “integrado”, cuando descubre que la televisión facilita una suerte de fusión entre lo típico-popular y la potencialidad tecnológica para crear mundos imaginados.
El problema, en tanto, no reside en la televisión sino en la cultura de masas en que de golpe nos hallamos inmersos, una sola de cuyas dimensiones percibimos al encender las pantallas.
Las tecnologías que fundan esta cultura corren el riesgo de volverse “macondianas” ellas mismas, como las mariposas amarillas que revolotean a nuestro alrededor y nos encandilan con su belleza, si no nos apresuramos a darles las respuestas que aún esperan: de la política, de las iglesias, de la intelectualidad, de las organizaciones sociales, del sistema educacional, de los Gobiernos y parlamentos, de los organismos populares. Por ahora estamos demasiado entregados a la discusión sobre el “control de los medios”: si el mercado, el Estado o quiénes. El control, no puede negarse, es un elemento central. Pero no es el más importante ni el único, en cualquier caso miradas las cosas con perspectiva hacia el futuro.
Pues allá adelante, inevitablemente, volveremos siempre a encontrarnos con la gran cuestión de la cultura de masas y la manera de convertirla a ella en la condición de nuestro propio desarrollo, de la democracia a que aspiramos y de la modernidad que nos invade por su intermedio.